dimarts, 6 de desembre del 2016

Si no hay reforma profunda habrá ruptura


No deja de ser paradójico que el mayor defensor de la actual Constitución española sea el Partido Popular. La memoria es frágil. El mismo partido heredero de Alianza Popular y cuyo máximo dirigente, Manuel Fraga, se abstuvo en la votación del texto que a la postre sería la Norma Fundamental. Diputados como Federico Silva, de AP, votaron en contra.

José María Aznar arengaba a su parroquia a que se abstuviera en el referéndum de ratificación de la Constitución (podéis consultar el artículo aquí). No deja de ser muy sintomático que quienes acogieron con recelos el texto constitucional ahora se erijan de adalides de la ortodoxia constitucional. Y sólo por haber perdido la mayoría absoluta prometen cantos de sirena para iniciar la posibilidad de reformar un texto claramente desfasado. Exigen unas condiciones previas de dificultoso cumplimiento.


¿Quién informó a los ciudadanos de éste país que las elecciones de 15 de junio de 1977 iban a ser constituyentes? ¿El contexto en el que se redactó la Carta Magna no fue el de evitar otro enfrentamiento entre los españoles? ¿El poder militar no jugó un papel fundamental en la redacción del texto? ¿No debería ser ese motivo suficiente como para plantearnos una reforma profunda? ¿Cual es la diferencia entre las nacionalidades y las regiones a las que alude el texto? ¿No debería adaptarse a nuestra pertenencia a la Unión Europea?


Son cuestiones que deberían hacer reflexionar a nuestros Gobernantes. Alegan algunos que no hay consenso para reformarla. Y no les falta razón. Pero el consenso es algo que se genera con el diálogo, la cesión y el transigir en las posiciones propias. No viene dado se busca, se crea, se halla. Y aquellos que prometen diálogo pero no son capaces de una mínima cesión en sus posiciones quedarán relegados en su papel en el nuevo contexto.

Si la Constitución no se somete a una profunda reforma quedará claramente en entredicho. Máxime después de la reforma con 'agostidad' pactada entre PP y PSOE en agosto de 2011. En esos años salíamos de una dictadura, actualmente hemos vivido un largo período de relativa estabilidad política que debería impulsar claras reformas.

El síntoma de caducidad del Estado de las Autonomías ya debería, por si sólo, ser suficiente como para plantear un nuevo marco de relaciones y que las mismas fueran previstas en el nuevo texto constitucional. Si España no se reforma se acabará rompiendo. Y si se acaba rompiendo no será porque no haya tenido oportunidad de reformarse.

¿Será ésta la oportunidad de adaptar el texto al nuevo contexto? ¿O de nuevo se fracasará en el intento?

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