Ésta
semana se ha celebrado el Mobile World Congress en Barcelona cuyo
reclamo publicitario en carteles repartidos por toda la ciudad ha
sido: 'The mobile is everything' (el móvil lo es todo). ¿Realmente
lo es todo?
A la luz de los acontecimientos parece que la
fiebre por los dispositivos móviles y la era digital se han
convertido en una suerte de casi nueva religión. Hemos asistido
impávidos a como se utilizaba el pretexto de dar la mejor imagen de
Barcelona para coartar un derecho fundamental como el derecho a
huelga que asiste a todos los trabajadores. Probablemente los
fabricantes del telefonía no están acostumbrados a eso de las
huelgas en
fábricas como por ejemplo Foxconn.
¿Qué precio es el
que está dispuesta a pagar una ciudad como Barcelona para atraer
éste tipo de Congresos? ¿Los potenciales beneficios que genera éste
tipo de actividades compensan los costes que se deben asumir?
¿Quienes son los que realmente ganan? ¿Mostrar una crítica, por
pequeña que sea, ya te convierte en contrario a éstos
acontecimientos?
Son muchas las voces que reclaman que la
industria de los dispositivos móviles comience a ser sostenible y
respete los Derechos Humanos de todos los trabajadores que participan
en la cadena de producción. Desde la extracción del mineral
imprescindible para la producción, el coltán, sobre el que penden
múltiples investigaciones de explotación infantil, hasta que se
coloca en el estante el dispositivo móvil en cuestión. Hasta que no
tengamos la
certeza de que no hay sangre en nuestro móvil deberíamos, como
consumidores, ser enérgicos en reclamar mejores condiciones
laborales para los trabajadores que fabrican nuestros móviles.
¿O
es que para que los estómagos insaciables de Occidente puedan estar
a la última en tecnología se deben explotar a personas en Oriente y
tener una nula o escasa sensibilidad por el equilibrio medioambiental
de sus ecosistemas? ¿Estamos dispuestos a mirar constantemente hacia
otro lado mientras engrosamos los beneficios de una industria
totalmente insostenible? ¿Quién puede soportar la fiebre
tecnológica actual en un planeta con unos recursos minerales
limitados?
No he oído ni un solo debate en el Congreso que
tratara sobre éstas importantes cuestiones. Y mientras ello no sea
así mostraré mi crítica a que ciudades como Barcelona acojan
acontecimientos de ésta industria.
Normalmente se tachan éste
tipo de reflexiones de exageradas, inoportunas y fuera de contexto
pero conviene ser taxativos y enérgicos con algo que se sabe y se ha
demostrado; la industria tecnológica es insostenible en su
configuración actual. ¿Se imaginan que los ciudadanos indios
quisieran, algún día, gozar de la misma tecnología que un
ciudadano alemán? ¿Nos hemos parado a pensar la huella ambiental
que genera ésta industria? Quizá estamos demasiado ocupados y
boquiabiertos con las gafas de realidad virtual y nuestro debate
legítimo es si entra demasiada luz o si la experiencia compensa
comprar unas.
¡Cuanta demagogia! Dirán algunos. ¡Eres un
populista! Se quejarán otros. ¡Si no quieres el Congreso deja que
lo organicemos nosotros! Argumentarán ciertas gentes de otros
lugares.
Hay que criticar de una manera constructiva que toda
una ciudad deba adaptarse (e
incluso rebajarse) a las exigencias de la Asociación que lo
organiza y pasemos por alto el hecho de que existen legislaciones y
normativas que por muchos beneficios que se generen no pueden pasarse
por alto.
Baste recordar que si disponemos de la jornadalaboral de 8 horas fue porque hubo obreros que no sólo se jugaron elsueldo sino la vida en la Barcelona de 1919 en La Canadiense. No debe
sino preocuparnos que se intente criminalizar a una huelga en aras al
éxito de un Congreso. ¡En aquella ocasión fueron 44 días de huelga y aquí nos rasgamos las vestiduras por 2! ¡Y con servicios mínimos incluídos!
Y ésto no es un o estás conmigo o
estás contra mi.
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